José reconoció a sus hermanos en cuanto los vio; pero hizo como que no los conocía, y hablándoles ásperamente les dijo: ¿De dónde habéis venido?... De Canaán, para comprar alimentos… y les dijo: Espías sois” Gén. 42:7,9.José el hijo de Jacob, ha contado con el respaldo sobrenatural de Dios. De tal manera que ahora era el Señor de la tierra, quien le vendía trigo a todo el mundo (Gén. 42:6).
Ahora era un hombre de autoridad, poder y el faraón tenía plena confianza en él; así que, desde el punto de vista natural, José estaba en su mejor momento. Sin embargo, aparecen sus hermanos, trayendo con ellos los dolorosos y amargos recuerdos de la adolescencia de José.
Como cualquier ser humano, José reacciona ante ellos de acuerdo al dolor de las heridas producidas en el pasado (heridas que no habían sido sanadas), habían pasado 22 años aproximadamente, y José los trató con indiferencia, aspereza, los acusa de ser espías y los envió a la cárcel por tres días (Gén. 42:17).
Esto nos permite concluir que el paso del tiempo no sana las heridas, pues quien sana las heridas del corazón se llama Jesucristo el Señor.
Las reacciones de José son un espejo de las nuestras cuando no hemos perdonado. La indiferencia (“hizo como que no los conocía”) con la cual se pretende ignorar la realidad, la aspereza (“hablándoles ásperamente”) con la cual se pretende demostrar la ausencia de cualquier debilidad, y la falsa acusación y encarcelamiento, actos con los cuales quizá, quería que sintieran el dolor que él sintió cuando lo lanzaron a una cisterna (deseos de venganza o justicia propia, muy ocultos en el corazón herido, al igual que aquellos deseos de fracaso ajeno por las injusticias recibidas)
Es interesante ver que es posible seguir viviendo, lograr éxitos y grandes metas, y aun llegar a gobernar con el corazón herido. A pesar de los grandes logros, José requería la sanidad de su corazón, y es Dios quien prepara el escenario. No importa cuanta unción llegues a alcanzar, o cuan prospero llegues a ser, o los niveles de autoridad a los cuales Dios te permita llegar, siempre estaremos aprendiendo y siendo procesados por las manos del Alfarero Divino. Es fundamental que ésta sanidad venga, que el hijo de Dios la acepte y asimile, pues de lo contrario, el corazón herido dañará a los que están bajo su dirección, por su inseguridad provocará deserción en sus filas y conducirá al caos y fracaso el grupo que dirige (sea su familia, iglesia, empresa, ministerio, etc.).
Reflexión final: El perdón es un estilo de vida, nos acerca a Dios, nos libra de la amargura, de la tristeza y trae sanidad y libertad. El perdón nos conduce por el camino del propósito divino, y esa sanidad, esa libertad, será cada vez mayor y como un bálsamo del Dios sanador y restaurador, que nos impulsa y fortalece a seguir por la senda del llamado que Dios nos ha hecho.